Lo efímero de un viaje
cierra etapas al pintar sobre una agenda personal
las escenas que se resisten al formateo de la cotidianeidad.
Y el calendario se entumece
y el futuro se estremece
y el devenir nos enfurece
al sobrevenirnos un presente
que dilatamos o pospusimos al marchar.
Ya no quedan más que sabrosas migajas
sobre el mantel del cuéntame:
los recuerdos hechos gigas,
los nombres propios familiares en los mapas,
alguna escena salvada que un toque interno del olvido rescató,
los baches
las pistas de calamina
los horizontes percibidos desde alguna movilidad,
la tristeza de miradas infantiles que apenas saben mirar
una luz nunca antes percibida entre volcanes de los Andes
los efluvios del azufre
los colores de las lagunas
los muebles y las paredes hechos de sal
el frío anunciado e incondicional
los guantes de Thinsulate
el saco inútil que pasear
la sopa de quínoa
el familiar olor a mar
los trenes viejos para trepar
el río con pirañas y la carnaza para pescar
el polvo bajo las ruedas que se eleva para ofuscar todo el camino que hay que salvar
la plataforma y la pasarela
el zumo de polvorón
la carne seca
la yareta
la vizcacha
la lomita
el lomito
y el ahora no sé qué vimos ayer
el vaivén del flotel
un capitán acabado de estrenar
los peces saltadores de la noche
los ojos del yacaré
la media luna dispuesta a brillar
el aislamiento en el desierto
y salir ver el cielo.
Las alpacas que nos miran,
los flamencos entre el hielo
las lagunas de colores
y el fatigado respirar.
Las chalinas y las chompas
artesanas de pura lana.
Los gorritos con orejas.
Cenar con el frontal frente a las velas,
las tomateras en el corral,
los niños danzarines de la selva,
los colores de las aguas,
el aroma de canela,
el azul ultramar del Titicaca,
las totoras y el Kon-tiki
los misterios de Tiwanako
los bailes en la carretera
las indígenas con sombreros diminutos hongos,
los bebés llenos de mocos,
y los vientos y la fuente de la eterna juventud
y el surazo y el surcito
y la Isla de Sol con la menta dulce de flor blanca
y volver al barco bajando cada grada
entre las mirada de burros y llamas
y entrar a Chile por una frontera desolada
y bajar en primera por la carretera a Atacama.
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